
Si eres un aventurero de ley, seguramente has jugado las aventuras de Tex Murphy, creadas por Chris Jones, Brent Erickson y Aaron Conners. Los cuatro títulos hoy han quedado en el olvido porque no envejecieron como otras aventuras gráficas, sin embargo, aquí te invitamos a revivir sus casos desde los ojos de un colega. En una Nueva San Francisco devastada por los horrores de la Tercera Guerra Mundial y la radiación, las aventuras del detective Tex Murphy vuelven a surgir.
La noche era fría y húmeda. Me gustaría evitar el cliché, pero en Nueva San Francisco las noches siempre son frías y húmedas. Desde la ventana de mi oficina, aquella que usaba desde que comencé a ofrecer mis servicios como detective, podía ver una construcción abandonada. Como todas las que la precedieron, la Tercera Guerra Mundial cambió el mundo una vez más y esta vez fuimos nosotros los más perjudicados. Hubo muchas reconstrucciones, pero no aquí. En este vecindario empezaron y así quedaron.
Como era costumbre, llegué tarde a mi oficina que en ese momento también funcionaba como cocina, sala de estar y habitación. Me dejé caer en el sofá más cercano y, como acostumbraba en esos días, permití que mi mirada se perdiera en la nada. Sin embargo, ese día mi descanso fue interrumpido por una anomalía en la eterna fotografía que era mi oficina. Sobre el escritorio, se posaba un sobre de papel madera todavía mojado por la lluvia exterior. Me levanté y leí el nombre que alguien había escrito en tinta negra sobre el papel.
Tex Murphy es un nombre que siempre se lanza al aire en mi profesión, más que nada para describir un nivel inalcanzable de un detective. Se supone que vivió a principios del segundo milenio, pero hoy en día nadie podría decirlo verdaderamente. Si fue real o no, hoy no es más legendario que Sherlock Holmes o Hercule Poirot. Mucho se ha hablado de sus casos y hasta se conocen pequeños detalles de los mismos, pero, como dije, si ocurrió en verdad, fue hace tantas décadas que poco se sabe. Aún así, ese era el nombre escrito en el sobre y dentro había algunas hojas cuyo título leía: "Mean Streets" y, debajo, una dirección la cual desconocía.
Mean Streets (1987)
El sobre de papel madera tenía dentro varias hojas escritas a mano, supuestamente por Tex Murphy. Lo más sorprendente no es que fuese el prestigioso detective quien las escribió, sino que estuviesen hechas a mano, algo que nadie hacía en ese momento. Según explicaba el reporte, el caso fue pedido por Sylvia Linski para investigar el supuesto suicidio de su padre, el Doctor Carl Linksy. Al parecer, antes de su muerte evitaba hablar sobre un proyecto secreto que posiblemente había causado su muerte.
La cantidad de hojas en el supuesto reporte era escasa, de modo que no imaginaba leer el final del caso. Las últimas entradas hablaban de la involucración de un grupo de personas importantes y de un plan para dominar el mundo mediante control mental. De repente me sentí un tonto por creer, ni bien por un minuto, lo que leía, pero a la vez mi lado escéptico entendía por qué no se hicieron públicos los casos de Tex Murphy si realmente había existido.
En el texto también había una imagen de su coche volador y una descripción sobre lo incómodo que era manejarlo. Pero a la vez, le permitía ir a cualquier locación que debía investigar. Además, si tenía las coordenadas de su destino, podía activar el piloto automático. En ese mismo vehículo podía comunicarse de manera directa con su asistente, quien lo ayudaba a investigar a las personas con las que se encontraba y las pistas que recogía a lo largo de la investigación. Otra hoja describía su modo de interrogar a los sospechosos. Solía preguntar sobre cualquier cosa que se le viniera a la mente y temas relacionados. También hacía uso de técnicas menos tradicionales, como amenazas y sobornos. Muchas veces, podía terminar una conversación peleándose con el interlocutor, pero luego volvía como si nada hubiese ocurrido.
Desde que comencé a leer las primeras hojas, mi nivel de incredulidad disminuía lentamente. Ya no trataba las palabras como ficción, sino como una posible realidad. En una reunión profesional nunca lo habría itido, posiblemente por vergüenza propia, pero la razón por la que elegí seguir el camino de detective fue por las historias de Tex Murphy. Historias que, en mi inocencia infantil, creía verdaderas, pero que a la larga dejé de creer por lo que la profesión misma enseña. En ese momento, no sabía si creía lo que leía, pero, sin dudas, sentía una especie de emoción juvenil que, a mi sorpresa, echaba de menos.
Las sorpresas reveladas nublaban mi mente y mis pensamientos. Esa es la explicación lógica que puedo dar a mis acciones. Tomé el sobretodo que había dejado al entrar y me dirigí a la misteriosa dirección que aparecía al comienzo del texto. El cielo rojizo, producto de la radiación, destellaba a toda hora y dejaba ver claramente las marcas en los rostros de los mutantes que transitaban el vecindario. Pensando en la época en que supuestamente Murphy vivía, me alegré de que las desigualdades sociales fueran menos frecuentes, aunque aún había mucho por mejorar. Llegué media hora después de salir y subí los peldaños que me separaban de la puerta.
Por alguna razón, no me sorprendió que la puerta estuviese abierta. Ese vecindario estaba tan muerto como el ambiente al que acababa de ingresar. Por lo que se veía, el lugar había sido una oficina, pero hacía mucho que había dejado de serlo. Revolví los objetos sobre el escritorio, pero nada captó mi atención. Analicé nuevamente la habitación con mi mirada y abrí el primer cajón del escritorio que estaba a un lado. Mi corazón dio un vuelco al notar cuatro sobres idénticos al que había encontrado en mi oficina. Me senté, respiré profundo y abrí el primero.
Martian Memorandum (1991)
Una vez más, el texto estaba escrito a mano y hablaba sobre otro caso de Tex Murphy. No se especifica cuándo ocurrió, pero mi instinto intuía que habían pasado algunos años desde el caso anterior. Esta vez se trataba de Marshall Alexander, un multimillonario de la empresa Terraform, que planeaba colonizar Marte. Lo que Alexander pedía era que se investigara la desaparición de su hija, pero el texto no profundizaba en esa investigación, sino que se centraba en un objeto conocido como La Piedra Oráculo (The Oracle Stone), del que Alexander parecía saber mucho y escondía un secreto ligado a una antigua civilización marciana.
Seguí leyendo, sumergiéndome en las palabras que retumbaban en mi mente a medida que Murphy viajaba a Marte en busca de la hija de Alexander y con la misión de detener a la malvada corporación que planeaba destruir el planeta con el misterioso objeto. Nuevamente, la narración parecía desviarse y perder el hilo. Las descripciones luego hablaban de un enfoque mucho más directo en las investigaciones, evitando viajes en coche volador y concentrándose únicamente en el caso y en la exploración para encontrar pistas que lo guiaran.
Al parecer, el tiempo había cambiado a Murphy mismo, pues ahora tomaba un camino más directo al interrogar a un sospechoso. Cada vez que comenzaba a hablar, recibía respuestas hostiles, pero mediante distintas opciones de diálogo lograba “ablandar” a las personas hasta que colaboraban. En ese momento, preguntaba sobre los temas que realmente le interesaban y, si erraba en el enfoque inicial, podía volver a intentarlo.
Under a Killing Moon (1994)
Abrí el tercer sobre y noté que, a diferencia de las hojas anteriores, estas estaban escritas en ordenador, de modo que no había forma de saber quién era el autor. Claramente, no era el supuesto Murphy, ya que describía su presente en tercera persona. Aunque entre los detectives el mito es grande, se sabe poco de su vida personal y aquí abunda en detalles. Al parecer, en esa época las cosas iban realmente mal: se había separado de su esposa, no tenía trabajo ni dinero y pasaba los días bebiendo whiskey en su oficina. Pero, cuando la situación no parecía mejorar, resolvía un misterio en una tienda de empeños que le permitió comprar un fax.
De esta manera, un cliente misterioso ó a Murphy para que le robase una estatua muy particular. Sin embargo, el texto no hablaba de la estatua, sino de un culto obsesionado con la pureza genética que pretendía acabar con miles de personas mediante una estación espacial. La narración del caso se dividía en días, lo que evidenciaba que en apenas seis días se salvaban miles de vidas. Nuevamente, me costaba creer que todo fuera cierto, pero de algún modo ya empezaban a correr los rumores del “gran Tex Murphy”. Mi corazón latía con júbilo mientras buscaba la próxima hoja.
La investigación resultó ser mucho más sencilla que en otros casos. Si algo se mostraba irresoluble, tenía un sistema que lo ayudaba a superar cualquier problema o puzzle que le impidiera avanzar. Al interrogar sospechosos, su enfoque era similar al caso anterior, salvo que optaba por comenzar la conversación con actitudes distintas. Además, el texto comentaba sobre los coloridos personajes que había encontrado durante la investigación, en su mayoría mutantes dispuestos a colaborar, ya que él siempre había mantenido buen trato con ellos. Su oficina se ubicaba en los vestigios del Viejo San Francisco, donde residía la mayoría de los mutantes.
The Pandora Directive (1996)
Y así llegué al anteúltimo sobre, aquel que llevaba el nombre del último caso de Tex Murphy. Al parecer, Gordon Fitzpatrick lo había contratado para encontrar a su viejo amigo del ejército, el Doctor Thomas Malloy. Según explica, Fitzpatrick sabía mucho más sobre la desaparición de lo que se dejaba ver inicialmente, algo que se iría revelando a medida que se acercaba a la verdad. Además, conforme avanzaba en la investigación, se le facilitaba información esencial, como que Malloy había formado parte de la investigación del choque extraterrestre en Roswell y de la apoderación de tecnología alienígena.
Siendo que la nueva investigación tenía lugar apenas unos meses después de la anterior, muchos detalles seguían iguales, así como los os que usaba para llegar a la verdad. De este modo, también se reencontró con varias personas del caso previo, ahora en estados completamente distintos. El texto mencionaba la posibilidad de que Tex tomara diferentes decisiones morales a lo largo de la aventura, lo que influía posteriormente en el desarrollo de la investigación y en su desenlace.
Finalmente, quedaba un solo sobre por abrir. El sobre llevaba el título Project Fedora, pero claramente no era uno de los famosos casos de Murphy. Todo buen detective, conocedor de aquellas historias, sabe que Tex Murphy tuvo cuatro casos de renombre que lo convirtieron en la leyenda que es hoy. Sin embargo, allí estaba, esperando ser abierto junto al resto de los documentos históricos que, una vez más, me hicieron creer en el héroe de mi infancia. Ya no sabía qué pensar: ¿era real o el texto consistía en una simple ficción de alguien que conocía la leyenda al pie de la letra?
Luego de analizar todas las hojas que descansaban sobre el escritorio, decidí abrir el último sobre, pero al hacerlo, descubrí con decepción que no había nada en su interior, salvo una simple hoja. En ella se leía: Big Finish Games. La decepción se transformó rápidamente en furia al comprender que todas las horas invertidas en esta investigación no habían servido de nada, y que la información leída podía ser una gran mentira o una verdad inconfirmable. Por el momento, lo único que me quedaba claro es que, si ese sobre era real, entonces aún había más casos de Tex Murphy por descubrir.
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